11 de junio de 2012

quetrenquetren





A lo largo del vaivén de este vagón, que es el más grande de planeta existente entre las hojas de té de mi cuaderno, podemos encontrar casi un millón de cosas. Resultaría imposible nombrarlas, les podría pedir que cierren los ojos y que vayan imaginándoselas cual ensueño dirigido... Pero no es el propósito de mi grata presencia. Si es que estoy hoy aquí, como siempre aunque parezca distinto, es porque realmente sentí la necesidad de buscar en el cajón de las medias unas que me facilitaran un poco de color. Podrán observarlas, eran más brillantes un tiempo atrás, como todo en este planeta existente entre las hojas de té de mi cuaderno. Pareciera que el vagón fue mutando. Ya sé lo que me van a decir, cómo puedo saber que ha mutado si no puedo recorrerlo entero por su longitud que me supera cronológicamente. La cuestión es que no lo recorro, de hecho hago lo que puedo y hasta donde pude llegar, en comparación con su comienzo, tiene un brillo que es distinto, producto de que quizás se han llenado de tierra los vidrios, no lo sé. No sólo va mutando su brillo, sino que aparecen cuadros nuevos con caras que antes no existían, como también desaparecen otros rompiéndose en mil pedazos, haciéndose cenizas, quedando atrás, en esa parte del vagón a la que no puedo volver. Muchas veces me confundo, me tiro en la alfombra marfil a mirar un poco dónde estoy, qué será lo que me rodea ahora, para qué servirán ciertas cosas que van apareciendo... me rompo la cabeza pensando en ciertos adminículos que observo desde todos los ángulos y direcciones sin encontrarles sentido, hasta que de golpe me impacta la idea y me sorprende la cantidad de tiempo que estuvieron esperando cumplir su función. Hay tiempos en los que tengo que correr mi cama del sol porque no deja de penetrar el ambiente un segundo, como si la tierra en los vidrios y las cortinas fuesen un papiro. Me percato de correr mis anteojos de lo inflamable por miedo a que a modo de lupa se encarguen de incendiar todo el vagón. Otros tiempos están llenos de humedad y se siente todo gris. De noche se hace en seguida, corro los papiros, intento barrer esa tierra para encontrar luz donde no la hay. Esos tiempos se roban las estrellas. Y yo me sigo quedando ahí en el piso, fabricando corazones de retazos de papel glasé que me ofrecen mis compañeros en los cuadros de la mesa de luz. No, no se mueven, simplemente están llenos de capas de expresión. Luego abro el cuaderno y los acomodo, la savia de las hojas de té se encarga de fijarlos con el tiempo. No existe mucho movimiento en esos períodos, más bien se sienten como ataduras invisibles que achican la intención. También imagino que se preguntarán por qué no soy capaz de levantarme y correr... déjenme decirles que en éste vagón, que es el más grande de este planeta existente entre las hojas de té de mi cuaderno, no está permitido correr en tiempos de cólera, menos imaginarán volar. Y hoy queridos amigos, me presento acá frente a ustedes porque veo que se siguen quedando a pesar del correr de los días, todos en el medio de la alfombra marfil, recuerden cuidar sus pertenencias personales porque el tiempo es traicionero. Tampoco dejen sus anteojos cerca de las ventanas por si nos toma por sorpresa algún instante en el que se asome febo. Por ahora estamos seguros de que las facies que nos rodean son sin estrellas, así que ya que están acá tomen sus tijeras y vayan recortando sonrisas mientras yo les cuento la historia del traslado de estación a estación. El que quiera puede hacer corazones, o figuras abstractas, todo es bienvenido siempre y cuando libere las náuseas que en la garganta hacen un nudo. Quizás podemos incluso realizar una guirnalda de colores para el momento en el que llegue la intensidad de los rayos diagonales y festejar de una vez por todas que su potencialidad prende fuego el esfuerzo de tantos por ser felices.