16 de abril de 2014

Pensé que no nos ibamos a rozar más los dedos. Si te tengo que ser sincera, sos de las pocas cosas que más amo en la vida. Porque sos vos, sos mio, sos único. Es la textura, no importa donde sea. Compartís mi soledad, sentado al lado mío. Estando conmigo, aunque no te materialice. Estás en mi cabeza, te formas en frases y párrafos, en poesías y cuentos. Sin vos, no sé qué haría. Cada dedo en una tecla, tarde o temprano, con más o menos tiempo, simplemente fabricando el espacio. Para esto no hay sueño, no hay cansancio. Es la emoción de volver a tocarte, de estar acá volviendo a hacer vivir con cada letra un pedazo mío, con cada interferencia una manifestación inconsciente. Acá estoy, refugiándome de este mundo que no entiendo, que no incorporo. Acá estoy de nuevo, dejando llorar a un par de ojos. Porque las cosas duelen, a su manera, unas más y otras menos. Me duele no entender y que no me de igual. Cuando las cosas no son como uno quiere o le gustaría que fueran, la gente no lucha. La gente se resigna. Y yo no me quiero resignar a que no estén aquellos que quiero que estén. No me quiero resignar a que no exista otra cara por la que observar el lugar. Y no me quiero resignar a que no importe. Porque si no tiene importancia, ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué importancia tiene la vida si no hay a quién escribirle? Se trata de compartir, no es más que eso. De disfrutarlo. Compartir es hermoso, y si el escritor no escribe para ser leído, ¿para qué escribir? Y no se trata de esa clase de importancia, no se trata de rellenarse el pecho de egocentrismo. No se trata de ver cuánto lo necesitan a uno. Se trata de la importancia de sonreír. Pudiendo transmitir felicidad, ¿para qué esconderse con arrogancias? Se trata de compartir y ser feliz. 

Quizás no es lo mejor, quizás no entienda muy bien qué hay acá... Pero qué haría yo sin esa parte de mí que no está acá, sino que está allí donde ni siquiera sabe él que está porque el viento le oculta el humo que sale y revela eso que está allí donde ni siquiera sabe él que está y aloja esa parte de mí que allí está en un tren que se ha ido sin mirar atrás. O quizás en un balcón de Barcelona que le hace de persiana a un par de medias rayadas. Quién sabe. Para mi no daba igual porque me hizo sonreír.