12 de octubre de 2013






La descarga eléctrica de pánico surge de pensar que todo puede retomar su curso normal y enfrentar cara a cara a aquél diablo enmascarado que tomó guarda prestada de mi alma. No es miedo, es pánico. Angustia que resquebraja todo lo logrado con la sensación de una vulnerabilidad que me corrompe los poros, como si fuera mi propia enemiga. Imposible no sentir el calor que aflora, como si estuviera en un cuarto hermético prendido fuego, que asfixia (el yo es un yo corporal). Burocráticamente la ayuda quedó eliminada del planeta tierra, ni siquiera vale la pena intentar pedirla. Tramitar un intento de ayuda es, directamente, regalarle el alma. La cofradía pactada con tanta impunidad no deja otra resolución que extirpar cualquier relación con el infierno a través del retraimiento. 



No hay hilos de esperanza que destruyan ni el más mínimo rencor,
"entre dos tierras éstas y no dejas aire que respirar." 

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