8 de marzo de 2015

          Caminando por aquellas calles minadas de la sombra azul violáceo de los árboles de jacarandá, zigzagueando entre ramas viejas, de tormentas anteriores, fui identificando de a poco ese cordón al que solíamos ir cuando estábamos aburridos. Ahí en ese cordón pintado con cal, blanco casi impoluto, rozado por las marcas de algún neumático inconsciente; era donde sentía en mis oídos,  como la mente de un psicótico en plena implosión mental, tu voz. Las voces, la tuya y la mía, nuestras voces, haciendo sentir al silencio incómodo. 
           Con la suela de mi zapato corrí alguna de las minas que texturaban el cemento, hice un espacio chico pero suficiente, me senté y miré para adelante. Miré la reja de la casa de enfrente que, dura y maciza hacía de fuerte a la casa, siempre preparada para el ataque. Siempre lista, a la defensiva, como si cualquier cadáver que pasara por la puerta fuera a lastimarla, a echarle ácido, a corromperle el alma.
          Con las manos frías toqué las flores caídas, algunas pisadas. Sentí la textura tal como el color, calmo, suave, aterciopelado y enigmático azul violáceo. Maravilloso como pocos. Ahí en ese esplendor del cordón trazado como la soga de un acróbata suicida comenzó a agujerease el cielo, de a poco, cálidamente con el sol. Y con esa belleza que caracteriza a lo sencillo de golpe se sentía la calidez de lo sobrehumano. 
       Cerré los ojos e imaginé tu mano pasar por mi pelo. Abracé mis rodillas para acompañar la tranquilidad de tu tacto. Y sentí la tibieza directamente en el pecho, como el haz de luz de una bala trazante. Se despegaron mis pestañas, no estabas. De la izquierda impactó un viento arremolinado y me corrió por la espalda un escalofrío tétrico. Así se sentía. Tu presencia era tan vana como imaginarla y tan tétrica como suplicarla. ¿Cómo no asistir a ese espacio? ¿Cómo no dejarme acariciar por el espectro alucinante de tu mano?
           La falta: el intento y la falta. La falta como un agujero imposible de rellenar, contaminando la estela de fantasía y de imaginación. Esa falta que se ve en el fondo de ojo, que se nota en lo forzado del brillo. La falta equivalente a la tristeza, se retroalimentan como una pareja de drogadictos, se  carcomen como la violencia cruzada. Forman ese círculo tan paradójico, tan detestable como atrapante, tan catalizador como intrigante. 
           Era claro que el azul violáceo no existe sino como lluvia en la historia de los perros enamorados, que el amor está de luto y encadenado, que la falta te tiene atrapado en un camino roído y alejado, lleno de callejones sin salida, lleno de cercos electrificados. La salida es la incorrecta para ambos y la distancia solamente se acorta en los recuerdos.
           Y sin embargo, te quiero. 

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