10 de enero de 2011

Renuncia

Aceptar la realidad duele, duele mucho, y nunca la quise ver. Sin embargo me di cuenta que ya estoy bastante grande para seguir jugando con vendas en los ojos, no queriendo saber nada de lo que pasa a mi alrededor y haciendo como si todo estuviera bien. Antes resultaba fácil, antes si perdía, perdía yo sola. Hoy es distinto y hoy ya dejo de pensar por mí. Tengo miedo, lo admito, es uno de mis estados de cabecera, miedo a equivocarme y miedo a sufrir, pero es más fuerte el miedo a lastimar. Se que está fuera de mi alcance, se que no es algo que pueda controlar... ahí está el punto, es algo que no puedo controlar. Es la bronca de que nada salió como estaba planteado en mis caprichos, es la bronca de que todo tuvo un giro extra que fumigó todo plan B, es la bronca de saber que las garantías ésta vez no me aseguran nada. Es la bronca de que la honestidad nunca sea suficiente pero sí brutal. Nada es como me hubiera gustado que fuera y todo es demasiado para mi atormentada cabeza. Es mucho, no quiero pensar más. Y lagrimeo, como de costumbre, como escape al desastre, como pasaje al descanso, cuando en realidad la única intención que tienen mis ojos cerrados tan fuertemente es la de que todo mi cuerpo levite y escape, huya haciendo que todo se espolvoree con alegría cortando el dolor de su pecho, porque cada vez que creo una imagen mental su sonrisa, lo más preciado de todo, está en manos de otra persona.

No me quería ir a dormir sin antes decirte chau y perdón, no hay más angustia ni Agustina.

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