4 de septiembre de 2013





Siento que cuando estuve arrodillada frente a vos, con las rodillas en carne viva, cuando estuve arrodillada frente a vos, con lágrimas incesantes que caían con la fuerza de una caballería y con el peso de un alma en pena. Con lágrimas que sentí tan tajantes como el filo de tus palabras, como la distancia de tu cuerpo, como la ausencia de tu abrazo. Cuando desde el piso te ofrecí mi corazón, arrancado del pecho y lleno de lanzas de las que chorreaba brea hirviendo. Con los ojos desintegrados. Con la vida en el aire. Cuando yo estuve ahí arrodillada, cuando rogué por tu palabra, cuando no había más que desesperación... nunca entendí de qué te reías. Y cada palpitar, cada vez más lento, cada vez más pausado, pedía por favor que entendieras que no tenías que hacer nada más que entender. Y no quiero, pero... ¿Por qué?





Dormir soñando tener en el pecho una princesita de ojos claros.





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