7 de julio de 2010

Marionette

Furtivo es el encuentro con tu almohada que cuando abrís no te da más que plumas blancas rociadas con ese líquido rojo que en la noche despide un olor ácido y cuando se seca se torna casi negro. Sabes que en realidad tu camino hecho de grajeas solamente manchó el de ella con pintitas color violeta, que al principio en el blanco de su piso, en lo esponjoso del sendero no parecía ser antiestético ni desubicado, pero hoy, visto desde el minimalismo completo de su sentir son sumamente despreciados, con miedo de haber arruinado tal luminoso portal. Canjeaste ese simple pimpollo de plata que guardábas en tu cajón por cuatro o cinco monedas de cartón que en un descuido de lluvia se te deshicieron en el bolsillo, mientras buscabas las llaves de tu casa. Es casi imposible entender la manera en la que está formado ese lujurioso estadío de los más grandes, de esos que ya te miran desde ese piso sellado al vacío, dónde nadie entra más que aquellos que están lo suficientemente cicatrizados como para poder soportar mil heridas más sin que se les cortajee la piel. Y mirate vos, tan tranquilo que vas por la vida, con ese andar desamparado y roído por el tiempo, te mirás en en una desafiante vidriera pensado que podrías ser una marioneta de lujo, que podrías desencadenar con tan solo un suspiro la primavera con el crepúsculo más tiritante pero, sin embargo, no te animás a ponerte los hilos y dejarte ir en esa balsa de arroz. Te cambiaste los zapatos hace rato y sucumbiste al camino de los desdichados que tienen el sabor amargo de la cansadora locura, de esa que los acecha particularmente a ellos solos y que no sale, no se esfuma en arte ni se condensa. Te vas con uno de tus discípulos en cada hombro rociando de manía a la loca de la calle, separando las mostacillas del último collar que construiste como telaraña y guardando el hilo para atarlo a tu índice y animarte a ser marioneta.

A.D

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