25 de mayo de 2011

P-D

La aparición de los pseudo-domingos en mi vida me hace sentir más vieja. Lunes, martes, pseudo-domingo, lunes (jueves), martes (viernes)... y así.

Los recuerdos de los domingos son arriba del auto de papá, todos juntos, hasta la mejor amiga de mi prima, yendo a la cuidad de los niños o al parque de la costa, siete u ocho arriba del Taunus rojo. Como estímulo auditivo, mi comentario desde el medio del asiento de atrás aplastada por varias caderas adolescentes se resumía a "no coches, papá, no coches". Y mi viejo nos llevaba a todos, sin problema, incluso hasta cuando el auto no podía tocar más el piso por el peso y mi vieja renegaba por que mi tío nunca le hacía la segunda sacando su auto, ni siquiera saliendo de la casa. No había cosa mejor que cuando mi madrina se subía con sus pullóveres hiper suavecitos y yo le reservaba un lugar al lado mío para revisarle la cartera en busca de caramelos de dulce de leche y coco, escucharla mascar la mitad de un chicle beldent y restregarle los cachetes por la manga de su abrigo. Todo estaba empapado de ingenuidad infantil y todos los domingos eran como ir a Disney, mucha gente, viajes largos en auto y algodones de azúcar. Las vueltas de noche me hacían poner triste porque la calle se inundaba de ladrones y monstruos, ya no había nada abierto que disfrutar y sólo quedaba volver a casa, comer algo que mamá hacía sin ganas y dormir.

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