20 de junio de 2010

El mito de Narciso

Liriope, sacudida por las aguas de Céfiro, dio a luz a un niño al que llamó Narciso. Preocupada, consultó a Tiresias – un vidente, un oráculo – sobre el porvenir de su hijo. Este, le presagió muchos años de vida “en cuanto Narciso no se conociera a sí mismo”. Para Liriope, tal vaticinio le pareció absurdo y sin sentido, pero, sin embargo, el destino de su hijo iría acconfirmarlo. Narciso que era de una belleza extraordinaria no dejaba a nadie sin reacción: muchos muchachos y muchachas se enamoraron por su encanto pero él, intocable, no sucumbió a ninguno.
Eco era una ninfa que había sido condenada por Juno a que su voz no repitiría nada más que palabras y sonidos oídos. Eco se enamoró perdidamente de Narciso pero éste la trató, arrogante, con desdén. Después de tal rechazo, Eco se excluyó ella mismo, avergonzada, en los antros solitarios. Ella y muchas otras ninfas habían sido decepcionadas por el hermoso hombre y un día, una de ellas lanzó el ruego siguiente: “Que quiera él (Narciso) también igualmente y que tampoco pueda obtener el objeto de su amor!” La diosa de la venganza, Nemesis, hizo real su ruego. Narciso, cansado después de la caza, quiso tranquilizar su sed en una fuente de agua. De repente, le sedujo su reflejo en el agua sin darse cuenta que era él mismo, quedo sumamente embelesado por su belleza. Volvió a esa fuente muchas veces para contemplarse y solicitar el amor de este rostro inalcanzable. Decepción tras decepción, acabó por aceptar que tal cara no era otra sino la suya. Un día en que ya no podía soportar más el dolor de este amor vano, perdió su vigor y su belleza y se dejo morir, la mirada sumergida en el agua. Su cuerpo desapareció y en el su lugar había una flor amarilla de color azafrán cuyo corazón estaba rodeado de hojas blancas: un Narciso.

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